Campillos. "El Internado". El colegio de San José (1973-1986)

El profesorado

Casi todos los profesores del centro eran "fichados", en principio, de Granada, Sevilla o Málaga y tras estudio de su currículum y entrevista personal con el Director, Don José, que tenía un especial olfato para detectar y elegir a los mejores. Si en alguno se equivocaba, la solución estaba cantada: al siguiente curso se le rescindía el contrato y punto.
Se valoraba su preparación, pero, sobre todo, su capacidad para "bregar" con el tipo de alumnos que acudía a ese colegio cuya gran mayoría eran alumnos poco estudiosos, a veces complicados, muy pocas veces conflictivos, algunos con problemas familiares, indolentes, y algunos muy "duros de pelar", nada que no nos encontremos en cualquier otro centro hoy día.

Los profesores debían tener una autoridad a prueba de bomba, unas capacidades y carácter especiales para dominar esas clases y no andarse con chiquitas ante cualquier problema que pudiera surgir.
Estaba muy mal visto un profesor en cuya clase no se mantuviera una disciplina y orden correctos y, mucho más, aquel a quien le pudiera temblar la mano cuando debiera propinar un guantazo, o los que hicieran falta...

El Colegio de Campillos tenía fama de ser un "colegio duro" y casi, casi, de ser un "correccional", aunque esa fama corresponde a la "leyenda negra" del colegio pero nunca, repito, nunca a su realidad. Había quienes llegaban a pegar guantazos por el más mínimo motivo (y cuando digo guantazos quiero decir verdaderos bofetones...) y alumnos que, al cabo de un día, y con un poco de mala suerte, se podían llevar unos cuantos.
Siempre recordaré al hijo de un gran y conocido actor de teatro...
El chiquillo llegó una tarde a la hora del recreo: a las cinco de la tarde (¡también la hora!...) Su aterrizaje en el colegio fue todo un espectáculo. Enorme coche, glamour de los padres, comentarios de todos...
El alumno quedó en el colegio aquella noche.
El crío estaba acostumbrado a hacer lo que le venía en gana y creyó que en Campillos podría seguir haciéndolo... Venía dispuesto a ser "el prota"... ¡Que equivocado estaba! En veinticuatro horas recibió un mínimo de cinco guantazos que lo pusieron más derecho que una vela. En cuarenta y ocho horas se había adaptado y comprendido por donde "no podía arder el puro"... Lo recuerdo como un crío muy cariñoso y muy normal.

Allí pegaban, siempre y cuando lo creyeran conveniente, los profesores, los Jefes de Estudios, el Director, los "inspectores" (curioso nombre que recibían los vigilantes de los estudios...) y no pegaban más, porque no había más gente para pegar, pero pegar, se pegaba, y mucho. Puestos a pegar, pegaban incluso algunos que no eran ni profesores ni cargo directivo pero, sinceramente, creo que nadie debe escandalizarse por ello...
Las cosas no se pueden sacar de contexto y, en aquella época, años sesenta y setenta, era absolutamente aceptado y aceptable, tanto en la pública como en la privada, el que un profesor pudiera propinarle un tortazo a un alumno, es más, a ninguno de nosotros, siendo alumnos, se nos ocurriría contar en casa que "Don Fulano" nos había pegado un tortazo, porque el de nuestros padres "venía de camino" y ya eran dos...

Recuerdo una ocasión en la que tuve que detener a un profesor que estaba, literalmente, apaleando a un chico de 8º de EGB (13 años).
También recuerdo aquella ocasión en que advertí muy seriamente, ante la Dirección del centro, a otro profesor de que lo denunciaría ante la Delegación Provincial de Educación si volvía a tocar a algún alumno de mi tutoría. El buen señor, le dio tal paliza a un alumno de 7º de EGB (12 años) y le provocó tal pánico, que tuvo que dormir con otro compañero durante cerca de quince días.
Ahora bien, eso es lo que había en ese centro y eso lo que demandaba la gran mayoría de los padres que llevaban allí a sus hijos en aquellos tiempos.
La gran mayoría de los que por allí pasamos pegamos. Unos más y otros menos, pero casi todos pegamos. Yo también.
No fui uno de los que acostumbrara a dar guantazos pero debo reconocer que en los trece cursos en que fui profesor en ese colegio pegué un guantazo en tres o cuatro ocasiones. Fueron pocas veces, si las comparamos con las de otros profesores compañeros míos, pero fueron las necesarias para marcar y determinar muy bien lo que estaba dispuesto o no a permitir en mis clases. Podría, incluso, recordarlas todas, porque son momentos desagradables que quedan grabados... Por principio, nunca me ha gustado pegar, y he preferido hablar y razonar, pero reconozco que hay ocasiones en que un buen tortazo hace milagros entre nuestros alumnos y también entre nuestros propios hijos...

Siempre recordaré a dos compañeros míos en aquel colegio, dos magníficos profesores: Uno, profesor de Inglés, y el otro profesor de Francés.
En el primer curso en que se incorporaron al centro, comprobé que los alumnos se les iban de las manos y escuché algunos comentarios negativos al respecto (existía una "red de espionaje y correveidiles" que permitían que Don José estuviera al tanto de todo cuanto ocurría en el colegio con una inmediatez asombrosa. En más de una ocasión "utilicé" esa red para hacer llegar al "gran jefe" algunas opiniones mías que me interesaba le llegaran a través de ese conducto no oficial...). Como pertenecían al Seminario de Idiomas del que yo era Coordinador, hablé con los dos y les advertí y recomendé a ambos que no permitieran a sus alumnos esas algarabías y falta de orden en sus clases y les aconsejé que fueran mas duros imponiendo orden entre los críos. Uno de ellos comprendió mi advertencia y que, de seguir como estaba, se jugaba el puesto, porque esa actitud permisiva de un profesor en ese colegio no era de recibo. Corrigió y retomó la dinámica y el orden en sus clases.
Por el contrario, el otro me dijo taxativamente que el no iba a aplicar ninguna medida de dureza con sus alumnos y que seguiría como hasta entonces, permitiendo a sus alumnos cuanto les permitía.
Al curso siguiente el primero seguía siendo profesor del centro. El segundo dejó de serlo. Ambos aprobaron oposiciones a la pública y se han jubilado como agregados de instituto. Sin lugar a dudas eran dos magníficos profesores, pero...

Hablando de estas cuestiones, no puedo olvidar tampoco al compañero que, en una ocasión, recibió, él, un guantazo de un alumno. No debemos olvidar que algunos de nuestros alumnos mayores eran hombretones de quince y dieciséis años que no aceptaban un mal trato ni un mal modo sin que estuviese muy motivado, justificado y razonado. Por esto decía antes, que siempre ha habido los mismos problemas de disciplina que ahora hay en los centros. La diferencia está en que antes se reaccionaba ante ellos con la debida energía y respuesta contundente y ahora no.
Sobre esta cuestión, la de pegar, habría que aclarar que, una vez que se produjo el cambio de régimen, Don José nos recordaba continuamente que no se debía hacer, pero, hay que reconocer que "la mano que siempre se ha ido" seguía acostumbrada a "irse", mucho más sabiendo que los padres nunca presentarían queja alguna por un tortazo a tiempo que pudiera corregir males mayores. Bien distinto es que se abusara, como en muchos casos ocurrió.
Pienso que este trato abundaba más en determinados cursos que en otros. Los séptimos y octavos de EGB y los primeros de BUP han sido siempre cursos más complicados que el resto, ya que coinciden con los trece a quince años de edad. Sin embargo, con los mayores cambiaba la cosa precisamente por eso, por ser mayores y aceptar las responsabilidades de otra forma.

Uno de los Jefes de Estudio que impartía Lengua tenía una máxima: el primer día de clase, y al primero que hiciera lo más mínimo, le pegaba el primer guantazo. Entre esa "carta de presentación" y el gesto de mal encare que tenía este profesor, a partir de ese momento aquella clase era una balsa de aceite.
En esta cuestión hemos pasado de pegar por cualquier motivo, a no poder pegar nunca ni por ningún motivo, y a buscar solución en los mediadores y psicólogos de los centros educativos...
Soy padre de cuatro hijos. He estado dedicado a la enseñanza durante cerca de cuarenta años. He sido director de un centro con 750 alumnos y, la verdad, sigo pensando, aunque sé que muchos compañeros no estarán de acuerdo conmigo, que un tortazo y una respuesta a tiempo hace milagros...

Son muchos los adultos que reconocen que, de no haberlos enviado sus padres al Colegio de Campillos, a día de hoy no tendrían los estudios, la carrera, y la formación que tienen. A pesar de todo, es curioso ese, digamos, "agradecimiento" a aquel sistema...
Son muchos los ex alumnos que he encontrado en muchas ocasiones. Todos me han saludado con cariño y hemos recordado anécdotas de aquella época, tan sólo en uno de ellos detecté un sentimiento de rencor hacia el colegio y hacia nosotros por aquel trato que recibió.

Yo también me considero de algún modo una persona en la que influyó el Colegio de Campillos de una forma un tanto especial...
Tenía 14 años cuando suspendí todo 4º de Bachillerato. Lógicamente, tuve que repetir curso y empecé a repetirlo en la misma línea que en el curso anterior: suspendiendo todo el primer trimestre. En el mes de febrero, mi padre, harto ya de niño y de suspensos, me sentó en su despacho y me aseguró que si volvía a suspender el curso, lo volvería a repetir en una academia de un pueblecito de la provincia de Málaga que se llamaba Campillos...
Nunca vi a mi padre hablar más en serio.
Dicho y hecho: en cuatro meses aprobé todo el curso y la Reválida evitando la visita a esa localidad y retrasándola durante cerca de quince años. Con veintinueve años fui a Campillos. No a su Academia, sino a su Colegio, y fui como Profesor en vez de cómo alumno. Debo reconocer que de buena me libré...
Aquella primera academia que en un principio estuvo ubicada en lo que se llama la Puerta de Teba, que luego pasó a la Calle Silla, más tarde a la de San Sebastián y que terminó en el Salón del Pozo, se convirtió por fin en un colegio: El COLEGIO SAN JOSE, situado en calle Extramuros s/n, tal y como rezaba en la guía telefónica. Aquella Academia fue el embrión de lo que mas tarde sería el internado, el "colegio viejo", hoy ya inexistente y convertidos sus solares en casas y oficinas.

Como en todos los colegios, había profesores con una personalidad especial, otros, sin lugar a dudas, carismáticos, muchos exseminaristas procedentes de algún seminario (nada de extrañar pues, en aquella época, el ingresar en un seminario era una de las formas de tener acceso a estudios superiores) y algunos otros cuyo comportamiento era inconcebible en ese colegio... Inconcebible porque eran aquellos a los que los alumnos les tomaban el pelo y hacían la vida imposible en clase. Alguien pensará... ¿Y eso? ¿Cómo es posible con el régimen disciplinario que existía? Pues porque en todas partes cuecen habas y en el internado de Campillos también. Había un pequeño grupito de profesores que no lo pasaban bien en sus clases y que tenían que estar arropados por los Jefes de Estudios, por algunos tutores o, incluso por el Director. Eran compañeros, un poco mayores y algo más cansados que el resto, en los que los alumnos detectaban un cierto decaimiento o debilidad en su carácter y que, lógicamente, lo aprovechaban para divertirse a su costa.
¿Cómo es posible que Don José permitiera esto? Pues, estoy convencido, que por fidelidad hacia ellos, ya que en todos ellos coincidía una característica: el haber sido de los primeros profesores que trabajaron con él en el colegio y que consiguieron su lanzamiento.
Recuerdo que uno de ellos me contó las penalidades que soportaba de aquellos alumnos... Hablé con aquel curso y les advertí que, desde mi clase, vigilaría esa otra y que "pasaría factura" si veía que algo no funcionaba. La amenaza era posible hacerla porque los grandes ventanales que había en esas aulas lo permitían. A partir de entonces la disciplina de aquella clase cambió enormemente para satisfacción y sorpresa de aquel profesor que nunca supo a que se debió el cambio.

En general, el Claustro de Profesores estaba conformado por personas con unas cualidades y preparación excepcionales, prueba de ello es que, al llegar las "vacas flacas" del colegio (cuestión que trataremos en capítulo aparte) muchos de ellos decidieron presentarse a las oposiciones de Enseñanza Pública obteniendo resultados extraordinarios en sus distintos tribunales. Creo poder afirmar que, en cuatro años, nos fuimos del centro unos cuarenta profesores...(quizás más...) Analizaremos el por qué a su debido tiempo...

Era un claustro entregado totalmente a su trabajo. Entusiasta, emprendedor, cumplidor, preparado y, sin embargo, nunca reconocido y valorado por Don José como debió serlo. Don José nunca fue muy expresivo ni revelador de sentimientos o afectos, y en esto, tampoco lo fue.
En general, los padres expresaban continuamente su reconocimiento a estos profesores de los que recibían una atención tutorial excelente y de los que, no pocas veces, recibían una colaboración y compromiso con la formación y atención a sus hijos como verdaderos tutores. Los alumnos, por su parte, confiaban en sus tutores y, salvo excepciones, contaban con ellos para solucionar cualquier tipo de problema que pudieran tener: familiares, personales, sexuales, y de todo tipo.
Era muy normal el que algunos alumnos acudieran a sus tutores incluso en fines de semana, y a sus propios domicilios, para buscar una solución a algún problema que pudiera preocuparles.
Para los profesores, lógicamente, esto era un latazo, pero también una enorme satisfacción y una muestra de que la relación con sus alumnos era la adecuada. Recuerdo mi casa en fin de semana: ¡siempre con alumnos del colegio, incluso cuando pasé a la pública y ya no pertenecía al San José!
El tutor era tan importante para esos alumnos que, muchas veces, era el que decidía por encima de los propios padres del alumno, lo que estos debían de hacer o no. Valga de muestra un botón:
Recuerdo a un alumno, cuyo padre vivía en el extranjero, al que vinieron a recoger para pasar juntos las vacaciones de Navidad. El padre vino a recogerlo el día en que todos dejaban el colegio: el 21 de diciembre.
Yo le había advertido a ese alumno que, de seguir con el comportamiento que tenía, lo iba a dejar, castigado, dos días más en el colegio, es decir, hasta el día 23. Creyó que se trataba de un farol mío y no corrigió su comportamiento ni tampoco se lo advirtió a su padre.
Cuando llegó el padre a recogerlo, se encontró con la sorpresa de que su hijo no se podía marchar porque así lo había decidido su tutor. Habló conmigo y le expliqué lo que había ocurrido y que no estaba dispuesto a levantar el castigo, ni era conveniente hacerlo. El padre se marchó a pasar dos días a Torremolinos y volvió a recogerlo el día 23. Ni que decir tiene lo positivo que fue para ese crío tal decisión y lo bien que la valoró su padre.

En este aspecto, Don José respetaba mucho las decisiones de los profesores y tutores de los alumnos, siempre que estas decisiones estuviesen razonadas con fundamento y que el tutor en cuestión fuera capaz de imponer su criterio... En mis trece años en el colegio, nunca intervino ni intentó modificar ninguna de mis decisiones. Una vez tan sólo me preguntó por los suspensos repetidos de un alumno, y, cuando conoció las razones por las que suspendía me contestó con un escueto y seco "Ah! Muy bien."
Se trataba del hijo de un diplomático francés en España. Un chico de nacionalidad francesa que tenía en mis clases de Francés. Durante cerca de dos meses, semanalmente, estuve suspendiendo a ese alumno por su actitud con la asignatura. El, lógicamente, hablaba Francés perfectamente, como francés que era, y pensaba que, con tal de hablar y mantener una conversación conmigo ya estaba todo hecho. No era necesario ningún tipo de ejercicio escrito en los que cometía errores importantes y básicos o, simplemente, no los hacía. Su padre, lógico, se quejó al Jefe de Estudios quien me transmitió la queja. Llegó a oídos del Director quien, como ya dije, vino a preguntarme qué pasaba con ese chico. Cuando el alumno se convenció de que no sólo había que hablar Francés, sino también escribirlo y hacer los trabajos y ejercicios que se mandaban, corrigió su actitud y empezó a sacar las notas que eran de esperar.

He trabajado en varios colegios públicos y privados, pero nunca encontré un profesorado de idiomas como el del colegio San José de Campillos. No recuerdo a ningún profesor de Francés o Inglés de ese centro que no tuviera una gran preparación en el idioma de su especialidad y que no lo dominara en expresión oral. Todos ellos, Juan Fuentes, Juan González, Francisco Rodríguez, Fermín Cuesta, Pierre Vallantin, Antonio Rodríguez, teníamos esa preparación. Tan sólo durante un curso y por necesidades de cubrir una enfermedad, tuvimos a un compañero impartiendo clases de Francés que no estaba a la altura del resto, pero aquello duró tan sólo un curso escolar. Es curioso, todos ellos, excepto Juan González, magnífico profesor de Francés, aprobaron oposiciones y dejaron el colegio cuando la gran "debacle"... Creo llegado el momento de aclarar cual era mi especialidad: Lengua Francesa.
Entonces, alguno se preguntará, ¿Cómo impartía clases de Inglés?
Muy sencillo: El Inglés empezó a ser el "idioma por excelencia" en los años setenta y fue desbancando poco a poco al Francés hasta dejarlo en un segundo lugar del que aún no se ha recuperado. Don José sabía que yo había estudiado en el colegio americano de Tánger y que había realizado una serie de cursos de especialización en Lengua Inglesa, por lo que me propuso que impartiera clases de en los niveles de 6º,7º y 8º. Acepté, y ese fue el motivo por el que también impartí Inglés en aquellos años. Y hablando de este nivel en los idiomas, siempre recuerdo la cara de aquel marroquí que se nos acercó con su coche a preguntarnos algo sobre un hostal. Íbamos paseando tres de los profesores de francés del colegio, cuando nos abordó aquel marroquí. Se dirigió a nosotros en francés, y en francés le contestamos los tres. El hombre no salía de su asombro comprobando como esas tres personas, a las que se había dirigido, hablaban francés mejor que el mismo, y todo eso en un pueblecito de Andalucía!...

¿Que tenía ese colegio para que interesara a esos profesores?
Todos llegamos allí atraídos por "don dinero"...
Trabajábamos muchas horas, cierto, pero cobrábamos un sueldo que, en aquel entonces no se cobraba en ninguna parte.
En el año 73 mi sueldo en el colegio SAN JOSE triplicaba al de un profesor de la pública. Unos años después se multiplicaba por cuatro e incluso por cinco. Razón de peso para comprender nuestra decisión de ir a aquel pueblo de la provincia de Málaga.
Recuerdo que en una ocasión Don José nos recordó que ganábamos igual que un catedrático de facultad, y era cierto, pero también fue muy cierta mi respuesta: "Ganamos igual que un catedrático, pero trabajamos muchísimo más que un catedrático"...
Además del sueldo, si te interesaba trabajar los meses de verano, julio o agosto, sabías que duplicabas la paga de esos meses, encontrándote con unos ingresos nada despreciables. Muy cierto era que había un pequeño engaño en el sueldo: las pagas extras estaban prorrateadas a lo largo de los meses del año, pero, aún así, interesaba trabajar en ese colegio.

Aparte de esta cuestión crematística había otros factores que no eran de despreciar. No sé que tenía el colegio San José que, cuando decías que trabajabas en el COLEGIO DE CAMPILLOS, todo el mundo lo valoraba enormemente, y era una satisfacción comprobar como, en general, era más importante trabajar allí que en otro centro privado o, incluso, público. En toda España, todo el mundo conocía la existencia de ese colegio. Todo el mundo lo valoraba. Sinceramente, era un orgullo trabajar allí. Yo, como otros muchos, nunca pensé en dejarlo para ingresar en la pública, pero las circunstancias nos forzaron...

Disponíamos de presupuesto para todo aquello que consideráramos necesario para nuestras clases: fotocopias, libros, diapositivas, proyectores, grabadoras, todo cuanto estimáramos conveniente.

Y hablando de profesores, cualquier lector de este libro (mucho más si fue alumno del SAN JOSÉ) estará echando de menos algo importante a cada referencia que hago a cualquiera de los muchos profesores que impartieron clase en ese centro: sus motes o apodos.
Siempre he pensado que un profesor que pase por un colegio o instituto y que no reciba ningún mote por parte de sus alumnos, es un profesor que ha pasado sin pena ni gloria por ese centro.
Tener un mote no es nada ofensivo, ni debe considerarse una falta de respeto, yo lo considero, incluso, una muestra de cariño, y los hay con gracia e ingenio... Nunca me ha molestado conocer el mote que en una o en otra época de mi vida profesional me dedicaran mis alumnos al hablar de mí, y entre ellos, en el internado. Voy a recodarlos... (La fotografía que incluyo en la dedicatoria puede ser de gran ayuda... Viéndola no puedo menos que recordar aquello del "tempus fugit...")

El primero que tuve, el más duradero, y por el que muchos me recuerdan aún, fue "EL PATILLAS" porque, verdaderamente, llevaba unas patillas a lo Curro Jiménez que se veían a la legua.
El segundo "EL ALHAJAS" porque en la mano derecha, con la que escribía y borraba la pizarra, y que ellos veían continuamente, llevaba un gran anillo moruno de plata en el dedo índice y un torque (pulsera romana) de plata en la muñeca, además de mi anillo de casado. Lógicamente ellos veían mucha chatarrería en aquella mano... El tercero fue ingenioso. Duró muy poco tiempo, un escaso trimestre, pero el que lo concibió demostró tener ingenio: "PACO ONIONS". Paco, por mi nombre, y ONIONS (que en Inglés significa "cebollas") por su similitud con mi apellido: CEBALLOS.

Profesores

PARTE DEL CLAUSTRO EN LA PISCINA "LOS RUEDOS". CURSO 74/75 (Por primera vez, unas compañeras se hicieron cargo de los niveles de Infantil)

Algunos de mis compañeros de claustro me llamaban "DON SEBALLO", y algunos me lo siguen llamando... Esto se debió a que, en mi primer horario que se puso en el tablón de anuncios del colegio, alguien lo escribió así cometiendo ese error del "don" con el "apellido", y fue motivo de broma durante unas cuantas semanas quedando ese apelativo entre los mas íntimos, y cuando digo íntimos me refiero a los que conformábamos ese grupito de profesores que llegamos a relacionarnos "extra-colegio" y "extra-ordinario" (porque no fue lo normal que, fuera del colegio hubieran relaciones) y que estaba formado por Paco Garrido, Juan Guerrero, José Mª García Llamas, Paco Rodríguez, Manolo R. Arias, Bernabé Torres, Pierre Vallantin y yo, lógicamente, con nuestras respectivas mujeres e hijos. Curioso que, de aquel grupito, el único maestro fuera yo.

Pues vamos a recordar y a confeccionar una lista de motes o apodos por los que eran conocidos mis compañeros (siempre que los recuerde...y el motivo por el que se lo decían...) Estoy seguro de que ninguno de ellos se molestará por recordarlos (al menos en aquella época no les molestaba...)

Don Juan González "EL PESETILLA" porque al quitarse la tiza de los dedos hacía siempre el clásico gesto de tener dinero frotando las yemas de los dedos índice, medio y pulgar. Hay otra versión: porque era muy bajito y muy rubio y a las pesetas, entonces, también se las llamaba "las rubias".

  • Don Francisco Rodríguez "PACO TACONES" porque llevaba unos zapatos con unos tacones un poco exagerados que lo hacían más alto.
  • Don Juan Guerrero "EL MEJICANO" por su bigote.
  • Don José Macias "EL BARANDA" por su costumbre de apoyarse en la barra del bar. También le llamaban EL SHERIF y EL PEPE.
  • Don Alejandro Delgado "EL PANCHO". También se le conocía como "LA PAULOVA" por el gorro ruso que utilizaba en invierno.
  • Don Antonio Rodríguez "EL CHIVO" por su barba.
  • Don Salvador Carrasco "EL MAZINGER Z" por los músculos que tenía.
  • Don Francisco Padilla "EL CRISTO" por sus cabellos largos y rubios.
  • Don Alfonso Barrutel "EL MAESTRO" por su dogmatismo.

Otros compañeros eran conocidos por otros apodos, pero como mi última intención sería la de molestar a alguien, ahí van sin relacionarlos con los nombres y apellidos, y que cada cual haga su quiniela...


  • "LA VACA" por la gran papada que tenía.
  • "LA GUARRA" porque siempre estaba pasándose un boli por el pelo y sacándose cerumen de los oídos.
  • "EL PÁJARO LOCO" por su pelo y su perfil.
  • "EL NIÑO LA BOLA" por el tamaño de su cabeza.
  • "EL PATINETA" Posiblemente, por los anchos zapatos que utilizaba.
  • "LA YEGUA" por sus grandes dientes.
  • "EL MUERTO" por lo delgado y pálido que era.
  • "EL PEQUEÑO LUCHADOR" por lo bajito y activo que era.
  • "EL PERCHA" por lo recto de sus hombros.
  • "EL LOCO" porque había estado ingresado en un manicomio. Este era gracioso, y un loco muy "sui generis". Decía que él era el único cuerdo del colegio, porque era el único que tenía un certificado que acreditaba que estaba bien.
  • "DON PIO" por la desproporción entre cabeza y cuerpo que recordaba al personaje de los cuentos de Pulgarcito.
  • "EL CABEZÓN" era obvio...
  • "EL LEGIONARIO" decían que había estado en la Legión.
  • "EL MARGARITO" porque siempre iba perfectamente arreglado.
  • "EL BOCACHOCHO" por sus gruesos labios.
  • "EL LOBO" por su exagerado vello.

Quien pueda relacionar "mote" con falta de respeto, está absolutamente equivocado.

Ninguna de las instalaciones del colegio era digna de alabar, así pues, fácil será imaginar que tampoco lo sería la Sala de Profesores.
Esta era una sala a la que prácticamente nunca entrábamos, exceptuando los claustros o alguna que otra reunión (¡es que no apetecía entrar allí!). Una mesa alargada, unas sillas, unas estufas, y pare usted de contar... absolutamente frío y desangelado...

En ella viví uno de los episodios más emotivos con mi compañero Salvador Carrasco.
Don Francisco Arjona, uno de los maestros del colegio público se quejaba de un curso de octavo que le hacía la vida imposible. Don Francisco era bastante mayor, y estaba francamente aburrido con ese curso. Su hijo Paco Arjona, también trabajaba en el colegio. Ambos impartían matemáticas y eran muy buenos profesores.

Nos quedamos de piedra cuando oímos al eterno director del colegio viejo, proponerle que dejara de impartir clases a ese curso y que se retirara. ¡Asombroso! El resto del claustro permanecía en silencio ante tal absurdo de propuesta pero Salvador Carrasco y yo, al unísono, saltamos rechazándola de plano. ¡Eso nunca se hubiese escuchado con Don José en el colegio!
Apoyamos la continuidad de Don Francisco Arjona en sus clases y nos comprometimos todos a emplearnos a fondo con ese curso para que terminara ese comportamiento que tanto desesperaba a nuestro compañero.
Recuerdo la imagen de Don Francisco... Don Francisco Arjona continuó impartiendo sus clases con toda normalidad.

Maestros del colegio público

Como he hecho referencia anteriormente, un grupo de maestros del Colegio público de Campillos, con su director al frente, trabajó en el internado durante un buen período de cursos.
Antes de empezar su jornada de trabajo en su colegio, venían al nuestro e impartían la primera hora de la mañana. Volvían para la última hora de la mañana y, por la tarde, se incorporaban de nuevo al centro para impartir la última de la tarde y, si acaso, alguna más.
Era un grupo de muy buenos profesionales, con autoridad en sus clases y respetados por todos, pero que nunca llegaron a calar en el resto del claustro de profesores del internado. Eran "algo aparte", siendo, muchos de ellos, sin embargo, mucho más antiguos que la mayoría de nosotros en nuestro colegio.
Algunos compañeros del San José admiraban, con sorna, la capacidad de estos compañeros para trabajar en dos centros a la vez y echar tantas horas de trabajo al día. No pocas veces estas chanzas sobre su dedicación a los dos colegios pudo ser motivo de enfrentamientos dialécticos que no llegaron nunca a más.
Era curioso el que, siendo maestros de la pública, algunos de ellos no tuviesen a sus hijos en el colegio público en el que trabajaban sino, en el colegio San José. Justo es decir que en aquel entonces el colegio público Manzano Jiménez pasaba por un período de poco prestigio y que los mejores alumnos del pueblo de Campillos estaban matriculados, o aspiraban a estarlo, en el Colegio San José, donde obtener matrícula no era fácil y, a veces había que contar incluso con recomendación para conseguirlo.
Con el tiempo las tornas cambiaron.
Los maestros del colegio público dejaron de trabajar en el San José y los alumnos, hijos de Campíllos, volvieron a matricularse en el colegio público que, año a año alcanzaba cada vez más prestigio en detrimento del internado San José que había entrado en declive. Este declive, sin duda alguna, favoreció a la enseñanza pública de Campillos que pudo levantar cabeza alcanzando un nivel muy considerable del que ya no se apeó. Los maestros de la pública que trabajaron en nuestro colegio fueron los siguientes:

D. Martín Gallardo Matemáticas
D. Juan Manuel Infantes Historia
D. Fernando Sánchez Lengua
D. Pedro Gómez Lengua
D. José G. Carrégalo Matemáticas
D. Francisco Carbonero Ciencias
D. Juan Cantano (Director) F.E.N *
D. Francisco Arjona Matemáticas

Más tarde, cuando aprobé mis oposiciones, volví a ser compañero de estos excompañeros del San José, pero ahora en el colegio público Manzano Jiménez, siendo director del mismo José García Carrégalo y Francisco Carbonero.

* Por si alguien no conoce las siglas FEN, se trata de Formación del Espíritu Nacional (¡menuda asignatura!)

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