Campillos. "El Internado". El colegio de San José (1973-1986)

Relaciones con los padres

Las relaciones con los padres de nuestros alumnos se podían calificar de excelentes. Las tutorías eran realmente efectivas y, excepto con los alumnos externos y residentes en el pueblo, todas ellas se llevaban a cabo a través de teléfono. A los padres los veíamos a principios y finales de trimestre, cuando venían a recoger a sus hijos, raramente entre semana.
Los padres llamaban a los tutores y estos les informaban de cuantos aspectos de estudio y comportamiento iban obteniendo.
Una vez al año, se llevaba a cabo una JORNADA DE CONVIVENCIA en la que recibíamos a todos los padres, nos reuníamos con ellos, por curso, y les explicábamos y comentábamos todo cuanto pudiera ser de su interés.
Imposible evitar recordar dos de estas reuniones de convivencia.
Una de ellas estuvo a punto se suprimirse porque coincidió con nuestra huelga del profesorado.
Cercana ya la fecha de la convivencia que se iba a ver vacía de profesores, Don José claudicó y aceptó nuestras reivindicaciones que supusieron una sustancial subida de sueldo que nos hizo mucho más llevadero nuestro duro trabajo en las condiciones que lo llevábamos a cabo y con ese tipo de régimen y alumnado.

La segunda fue curiosísima, pero tan sólo para mí, y me explico.
Yo siempre he tenido por costumbre (y esto lo saben bien mis alumnos) procurar que mis alumnos se sientan lo más cómodo posible en clase. Hemos trabajado seriamente, sin olvidar nunca aderezarlo con un poquito de sentido de humor y, a veces, cuando se terciaba, hemos dejado aparte la materia que nos ocupaba para discutir o charlar de cualquier otro tema o cuestión que les preocupase.
Los mayores de mis alumnos oscilaban entre los catorce, quince y dieciséis años, edad en la que había un indiscutible "centro de interés": la sexualidad. Yo siempre he tratado con el máximo de naturalidad estas cuestiones y, cuando mis alumnos me han preguntado algo al respecto, he respondido. Pues bien, aquel año, uno de los cursos mayores me pidió que les explicara cuestiones sobre las relaciones sexuales...
Recuerdo que les contesté: "Hombre, esto es cuestión de que se lo preguntéis a vuestro profesor de Ciencias Naturales o a vuestro profesor de Religión, que son los más apropiados para explicároslo pero no a mí que soy el de idiomas"
Su respuesta fue inmediata: "¡Ya se lo hemos preguntado y dicen que ellos no explican eso!..."
Era fácil de comprender la respuesta de esos dos compañeros. En los años setenta, en un colegio privado con visos de derechas, no era un tema sencillo de tocar y mucho menos de explicar. Decidí ser yo quien les explicara cuanto querían saber...
Hablamos de relaciones sexuales, de homosexualidad, de lesbianismo y de cuanto me preguntaron. Estoy completamente seguro de que aquella fue una clase de las que nunca olvidarían...
Algunos de mis compañeros, al enterarse de lo que les había explicado a los chicos, se echaron las manos a la cabeza y me tacharon de loco por lo que suponía tocar esas cuestiones en aquellos tiempos y, mucho más, en un colegio en el que abundaban padres bastante de derechas.
El tiempo pasó y, a los pocos meses se celebró la JORNADA DE CONVIVENCIA.
Me reuní con los padres de mis alumnos y, desde el primer momento ví que "ahí se cocía algo raro..." Algunos padres murmuraban con otros y comentaban algo...
En un momento de la reunión, uno de ellos pidió la palabra y me dijo:
"Don Francisco. Nos hemos enterado de que ha hablado usted con nuestros hijos y que les ha explicado todo cuanto le han preguntado sobre sexualidad y, además, utilizando un lenguaje muy claro. ¿Es cierto?"
¡Ya había saltado la liebre y el motivo de tanto murmullo!
"Pues sí, es cierto. Siempre acostumbro a contestar a todo cuanto me preguntan mis alumnos y hasta donde ellos me preguntan."
Su respuesta, la verdad, no me la esperaba...
"Pues mire usted, hemos estado hablando entre nosotros y queríamos darle las gracias por haberlo hecho y de la forma en que lo ha hecho"
No dejó de ser un consuelo y una tranquilidad escuchar esas palabras...

Conseguí (porque no había mucho interés en hacerlo) después de mucho insistir, que se creara la Asociación de Padres de Alumnos (APA sin M, ya que entonces se refería solo a Asociación de Padres de Alumnos, no como ahora cuyas siglas es AMPA, por referirse a Madres y Padres de Alumnos ¡los tiempos cambian!...) del colegio para tener una relación más fluida, sobre todo con los padres de nuestros alumnos externos, es decir, aquellos que residían en el pueblo. Yo tenía muy poca relación con esos alumnos, ya que mis clases fundamentalmente las impartía a los internos pero era bueno y necesario ir abriendo el centro, cada vez más, a la comunidad escolar, lo que, hay que reconocerlo, hacía poca ilusión entre el profesorado, y menos aún en el equipo directivo...

Uno de los problemas que existía con los padres era el exceso de "generosidad" que tenían con sus hijos. La mayoría de ellos eran gentes bien situadas y con un nivel económico medio-alto. Esto significaba que los niños recibían, del fondo que depositaban sus padres en el colegio, una asignación semanal bastante elevada y a veces, exagerada. Algunos tutores controlábamos aquella asignación de forma que estuviera equilibrada con los resultados académicos. En función de los suspensos, así cobrarían los críos su asignación semanal. Hasta en esto nos "metíamos" los tutores que, como ya dije, muchos de nosotros llegábamos a ejercer esta función como "cuasi padres" de esos críos.

Algunos padres esperaban que se produjera el milagro con su hijo y que terminara el curso aprobando todas las asignaturas. Por lo general, ocurría así, pero en otros casos los había que, después de haberse gastado un dineral en el internado, se encontraran al final con un resultado negativo. ¿Qué hacer? Pues la única solución era continuar en el colegio los dos meses de verano, recuperando lo que hubiese quedado por aprobar en el curso.
Si el curso regular era duro, el de verano lo era mucho más.
Cualquier antiguo alumno que esté leyendo este párrafo recordará el inmenso calor que hacía en esas aulas, el olor que procedía de los riachuelos que circundaban el pueblo y al que se vertían los purines y alperchines, y el característico olor de las innumerables granjas de cochinos que existían en los alrededores, sin olvidar, claro está, a ese "ejército de moscas" que revoloteaban en todas las estancias. ¡Cómo olvidarlo!

No faltó nunca aquel padre que, habiendo pagado aquellas considerables mensualidades por la residencia y clases de su hijo, exigiera el aprobado como si aquello se tratara de un mercadeo como otro cualquiera. "Yo he pagado, quiero el aprobado"... Pues sí, los había que lo pretendían (siempre se ha dicho que "hay gente pa tó") pero que se encontraban con una rotunda negativa del profesor que correspondiera, y que, siempre, había intentado ya hacer todo lo posible porque los resultados fueran lo más positivo posible, pero dentro de lo posible...
No faltaron nunca los intentos, desde la dirección, para que se "pasara la mano" a final de curso, sobre todo en los últimos años, cuando la matricula empezó a menguar. ¡Era una cuestión de supervivencia!

Ya en aquellos tiempos, los profesores del colegio teníamos muy en cuenta la evaluación continua de los alumnos y su evolución, así como su actitud (que no comportamiento) y sus características personales a lo largo del curso escolar. Nunca nos ceñimos tan sólo en los resultados de las pruebas escritas, es decir, de los exámenes, porque ningún profesional de la enseñanza debe ni puede ceñirse únicamente a esos parámetros para emitir una evaluación.

No puedo olvidar algunos casos de padres, digamos, especiales que, aunque sus hijos hubiesen aprobado el curso completo, los dejaban allí también durante el verano para que se "mantuvieran en forma"... ¡Ni que decir tiene lo que pensábamos de aquellos padres!

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