Campillos. "El Internado". El colegio de San José (1973-1986)
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Anécdotas

Anécdotas habría para llenar un libro, y de todos cuantos estuvimos allí.

Algunos inspectores fueron protagonistas de algunas de ellas, provocadas por los alumnos.
Ya dije que entre los inspectores los había con estudios, con una cierta formación y también con una muy pequeña formación. Nadie podía impedir que los alumnos les tendieran "trampas" simpáticas para escaquearse un poco del estudio, como aquella en que unos alumnos le pidieron permiso al inspector que los vigilaba para "ir a por la regla de medir versos"

En otra ocasión otro alumno le pidió permiso a un inspector para ir a recoger "las tablas de logaritmos" y el inspector, desde su total inocencia le dijo "Sí, puedes ir, pero que te ayude un par de compañeros"... En verdad creyó que se trataba de unas tablas...

Con los alumnos ocurrían anécdotas de continuo.
Nunca he permitido que entre ellos se pusieran motes a no ser que ellos mismos lo permitieran y no les importara. Es lógico, hay críos a los que les molesta y otros a los que no. Entre estos últimos no puedo olvidar a algunos de ellos como "EL CHUPETE" que estaba continuamente chupándose el dedo gordo de la mano (incluso cuando dormía) a "LA PANTERA ROSA" tan delgado y tan alto como ella. Al "DANONERO" que llamaban así porque su padre era representante de los yogures DANONE. Al "CIJUELA" que procedía de aquel pueblo granadino: Cijuela.

Con "EL CIJUELA" ocurrió algo que tuvo su gracia. El hablaba con un acento cerrado de "pueblo de graná" y "EL VALENCIANO" un compañero suyo, se burlaba de el llamándole "cateto de pueblo".

No le sentaba nada bien que lo llamaran así y, día tras día, cuando llegaban a mi clase, "EL CIJUELA" se me quejaba de que el valenciano lo llamaba cateto... Yo le advertía al valenciano que dejara de llamarlo así, pero nada... Un día en que volvió a quejarse "EL CIJUELA" le dije "Mira. Como no te hace caso, la próxima vez que te lo diga pégale un tortazo y ya verás como no te lo dice más." "¿Puedo pegarle una guantá Don Francisco?" me preguntó con cara de asombro. "¡Pues claro que sí hombre!"
Al día siguiente, cuando entraban los alumnos a clase, los vi que venían todos sonriendo, cuando no riéndose a base de bien. Detrás de ellos venía "EL CIJUELA" con una sonrisa de oreja a oreja y cara de satisfacción... Segundos después entraba "EL VALENCIANO" con el lado izquierdo de la cara roja como un tomate. ¡Nunca más volvió a meterse con nadie!...

En clase de idiomas se acostumbra a oír barbaridades como puños, pero ninguna tan buena como la que me tradujo en una ocasión uno de mis alumnos: Una de las oraciones propuestas era "MI TIO NO TIENE DINERO". El crío en cuestión, un alumno de octavo de EGB, lo tradujo y escribió así: "MAI TAI NO DAI DINERO"... ¡Vuelta al ruedo!

Y hablando de clases, nunca podré olvidar la primera y única vez en que me dormí en una clase. Si, como suena, me quedé dormido y de la forma más asombrosa que nadie se pueda imaginar: DE PIÉ.
Voy a ambientar la escena... Mes de junio, tres y media de la tarde. En plena digestión. Clase de Inglés con un 8º de lo más plomo y menos participativo del mundo. Calor, todo el que se quiera, y más. Moscas a cientos revoloteando en la clase. ¡Que sopor! ¡Que reventaero! ¡Que pestiñazo de clase!
Pues estaba dictando unos ejercicios, cuando, esperando a que copiaran los chicos lo que yo les dictaba, en uno de esos intervalos que se producen, ¡zas! ¡me quedé frito! Cuando me desperté habrían pasado dos, tres, cuatro segundos, no lo sé, pero lo que sí sé es que me desperté, miré a mis alumnos y vi que nadie se había dado cuenta de la situación... Claro, es inimaginable que tu profesor se pueda quedar dormido, frente a ti, dictando, y, además, de pié...
Al momento llegó Salvador Carrasco. Venía a pedirme un chicle o un caramelo, para tener algo en la boca que le evitara quedarse dormido... ¡Por lo visto aquella tarde cayó más de uno!...

Los críos, incluso los mayores de catorce, quince y dieciséis años gustan que se les cuenten historias de aventuras, leyendas heroicas, etc. Cuando se está interno, mucho más porque hay una terrible ausencia de afectividad. Estas historias les hacen olvidar la frialdad y la poca calidez del internado.
Había que ver sus caras cuando yo les contaba las aventuras de "Androcles y el león" y su expresión cuando les imitaba el rugido del león...
Yo acostumbraba a hacerlo de vez en cuando, sobre todo cuando veía que "ese día no estaban por la labor".

En una ocasión, me preguntaron por Marruecos, y de Marruecos pasamos al desierto, y del desierto a los "hombres azules". Reconozco que ése día me columpié más de la cuenta...
Contando e inventando, les conté que yo había sido oficial de un ejército de "hombres azules del desierto" y que habíamos entrado en batalla durante una guerra en el Sahara.
Entre el dramatismo que yo le echaba a la cuestión y la aventura que estaba contando, los críos se lo creyeron todo a pié juntillas...
Recuerdo sus caras cuando uno de ellos me preguntó: "Don Francisco:¿Y tuvo usted que matar a algún hombre? Y yo le contesté muy serio y dramático: "Sí, desgraciadamente maté a treinta y cuatro..." ¡Joder!
Salieron de aquella clase absolutamente impresionados y, de inmediato, le contaron a Salvador Carrasco, su tutor, lo que yo les había relatado.
Salvador, que era, y es, un gran amigo, les corroboró todo cuanto yo les había contado y estuvieron durante un tiempo convencidos de que aquello había sido cierto. ¡Don Francisco había sido un héroe! ¡Si hubiesen podido, me hubiesen pegado cuando los saqué del engaño!...

Pues hablando de Salvador Carrasco, uno de los mejores maestros que pasó por ese colegio, me contaba él que, cuando era alumno del internado, porque lo fue, se escapó del colegio en compañía de otros tres. Su meta era alucinante: Irse a Australia, ganar mucho dinero para volver y "destruir el colegio". Tenían trece años... Llegaron hasta el pueblo de Gobantes...(siete kilómetros...)
Con razón, cuando, en una ocasión le preguntó Salvador Carrasco a Don José Macias... "¿Recuerda usted a algún alumno que se pueda calificar como el más travieso del colegio?" Don José, de inmediato le contestó: Sí. ¡Tú! ¡No fueron pocos los guantazos que se llevó Salvador!...

Pues volviendo a Marruecos, y exactamente a Tánger, ciudad en la que viví durante veinte años conviviendo con las diferentes colonias y religiones que conformaban su población internacional, es decir, la musulmana, la judía, la americana, la francesa, la italiana y otras minoritarias, un día empecé a contarles costumbres de los moros, de los americanos, de los franceses, de los judíos, etc. etc.

Sin darme cuenta, cada vez que les hablaba de una de esas nacionalidades yo les decía..
Yo, que he vivido veinte años con moros....tal, tal, y tal...
Yo, que vivido veinte años con franceses... tal ,tal, y tal...
Yo, que he vivido veinte años con judíos... tal, tal y tal...
Yo que he vivido veinte años con americanos...
De pronto, uno de mis alumnos con cara desencajada me preguntó: "Pero Don Francisco, ¿Usted que edad tiene?..."

No se había dado cuenta de que los veinte años habían sido conviviendo con todas esas nacionalidades al mismo tiempo y claro, sumando y sumando ¡le salían más de ochenta años!

El inefable "Juanito" al que ya me he referido, durante los primeros tiempos de los ordenadores en que se ponían las notas semanales a través de este sistema, era el encargado de comunicar a aquellos padres que llamaran por teléfono para preguntar, si sus hijos tenían o no salida de fin de semana.
Como de vez en cuando se producían errores del informático y algunos alumnos no salían en las listas, Juanito daba siempre la misma respuesta a aquellos padres: "Su hijo no está. ¡Se lo ha "tragao" la maquina!..." Era de imaginar el pasmo de aquella madre ante tal respuesta...

Entre los profesores había una anécdota que ninguno de ellos podrá olvidar: el sobre de primeros de mes...
Don José tenía la costumbre de pagar a sus profesores entregándoles un sobre en el que introducía "los dineros" correspondientes a cada uno de ellos. Era gracioso vernos a todos pasar por Secretaría a recoger "el sobre" y, al salir, vernos contar lo que había dentro. Esta operación de recuento de billetes siempre se hacía, como dicen en mi Andalucía, "un poquito más allailla", es decir, separado del resto de profesores, donde nadie pudiera ver lo que te habían introducido en aquel sobre, ya que ninguno cobraba igual que otro y éste era uno de los "top secret" del colegio.

Colegio

¡TODA UNA ÉPOCA! D. FRANCISCO BARRAGÁN, JUAN CANTANO, FEDERICO ANGLADA, MANUEL DE GUZMAN, RAFAEL LLAMAS, DON JOSÉ, JUANITO Y ELOY MACIAS, FERNANDO SANCHEZ AYLLÓN

Hablar de chicos de trece a dieciséis años y no imaginarse la "revolución hormonal" que allí existía sería de tontos, mucho más cuando el aperturismo y la venta de revistas de todo tipo en los kioscos.
Por costumbre, cuando algún profesor le descubría alguna revista de esas a algún alumno, el parte de fin de semana en el colegio estaba cantado.
Yo sólo descubrí una. Estábamos en clase y ví como un crío estaba mucho más pendiente de sus rodillas que de mi explicación. Le pedí que me diera lo que apoyaba en sus rodillas y después de muchos rodeos, me entregó la revista. La vimos y la comentamos en clase, comprobando como todas y cada una de aquellas chicas no tenían nada de especial, tan sólo "dos tetas, un culo", como todas... Después de vista y comentada se la devolví, ante su asombro y la del resto de la clase, y le expliqué que le pondría un parte, pero no por tener aquella revista, no, sino por no estar pendiente de lo que hacíamos en clase y habernos interrumpido la clase... ¡Se quedaron "pasmaos"! ¡Cosas del patillas!

Una noche llamaron por teléfono a mi casa.
Quien llamaba, se presentó diciendo que era Miguel de la Cuadra Salcedo.
Como acostumbrábamos a gastarnos bromas por teléfono, de inmediato contesté...
"Y yo Bugs Bunny. ¡El conejo de la suerte! ¡Cuéntame!"
El hombre insistió en quien había dicho que era y, la verdad, empecé a reconocer aquella voz que estaba muy acostumbrado a escuchar en sus programas de la tele. Por lo visto, mi hermano, que lo conocía, le había facilitado mi número de teléfono porque quería información sobre el internado.
Hablamos y quedamos citados para otra tarde en la puerta de la Iglesia. ¡Me hizo gracia cuando intentó explicarme sus características físicas para que yo pudiera reconocerlo!...
Era cuando sus programas estaban en boga.
Vinieron, el y su mujer, conocieron el pueblo, el colegio, y trajeron a su hijo que estuvo tan sólo unos meses en el centro. Ya he dicho que tendría mucho más que aprender al lado de su padre que en el internado!

Hace unos días, charlando con uno de los inspectores, Francisco Herrera ("ojo buey") sobre todo lo que supuso este colegio, me confesaba una treta que tenía para mantener en silencio los dormitorios.
El apagaba todas las luces, incluso los pilotillos de emergencia y lo dejaba todo a oscuras y se quedaba con la posible luz de su linterna que encendía a voluntad. A los pocos minutos de apagar todas las luces le gritaba a un "hipotético alumno que se había, hipotéticamente, levantado de la cama" "Tú. ¿A dónde vás?" Y, acto seguido, pegaba un "hipotético guantazo" contra su propio brazo o pierna y volvía a gritar: "¡A la cama ahora mismo!"
Aquella regañina, y aquel chasquido que había sonado como un auténtico guantazo, hacían que el dormitorio quedara en absoluto silencio y que nadie más se moviera. ¡Hay que reconocer que era un buen truco!...

Sobre aquellos guantazos que, en más de una ocasión, se escaparían de manos de Don José, hay una anécdota que tiene su gracia:
Durante el estudio general, había por costumbre preguntar si algún alumno quería ir a confesar... Algunos levantaban la mano e iban al despachito en el que estaba el cura encargado de este servicio y, una vez confesados, volvían al estudio. Pues bien, en una ocasión uno de los alumnos que fueron a confesar, y que tenía fama de ser bastante travieso, se encontró con la sorpresa del siglo.
Estaba esperando su turno en la puerta del despacho cuando llegó Don José, que iba a su despacho que, precisamente, estaba puerta con puerta a la estancia en la que recibía el cura...
Nada más ver a este chico en la puerta del despacho, Don José creyó que se trataba de un alumno que venía expulsado del estudio y, sin preguntar siquiera que hacía allí, ni por qué motivo estaba allí, le pegó al crío en cuestión dos o tres bofetones de aúpa...
El crío empezó a gritar y a decir... "Don José,¡ que yo venía a confesarme!
A lo que contestó Don José: "Pues si venías a confesarte, ¡ya llevas ahí la absolución y la penitencia!
(¡Y todavía hay quien se pregunta y debate, sobre si se pegaba o no en el San José de aquellos tiempos!...)

La última que contaré se referirá a aquella ocasión en que una clase de octavo decidió por unanimidad "castigarme" haciéndome el boicot en clase y respondiendo con su silencio a todo cuanto yo les dijera. La cuento por la sorpresa que supuso para todos ellos, ya que "eso" nunca antes lo habían vivido...( tengo que reconocer que yo, tampoco...)
La verdad es que no recuerdo cual pudo ser el motivo de tal enfado, quizás alguna de esas pruebas por sorpresa que a veces les ponía, tal vez otro motivo... no lo sé. Entraron en clase, como siempre, pero sin decir lo más mínimo ni dirigirme la palabra...Me extrañó, pero tampoco le di tanta importancia... Al empezar con la dinámica de la clase, comprobé que ninguno contestaba a mis propuestas ni preguntas. Al tercero que optó por esa actitud, pregunté por el motivo de tal comportamiento. Misma respuesta: silencio.
Como no estaba dispuesto a seguir así, después de calificar su comportamiento como de niñatos y de poco hombres les mandé a todos que se levantaran. Una vez de pié, pedí a uno de ellos que abriera las dos hojas de la puerta de la clase. Una vez abierta, me puse de pié y señalando con la mano y el brazo extendido a la puerta clamé con toda serenidad y el máximo de potencia de mi voz: ¡A LA MIERDA!...
Se quedaron todos de piedra. No se lo esperaban. Tuve que volver a repetir ¡FUERA! ¡ TODOS A LA MIERDA!... Y ahora sí. Fueron saliendo todos ellos con cara de pasmo sin querer creer lo que estaban viviendo en esos momentos. La verdad, era para que, como mínimo, les sorprendiera mi respuesta a su castigo...
Hablé con el Director y con el Jefe de Estudios que también era el tutor de aquel grupo, y les conté lo que había pasado. Les dije que no quería volver a ver en mi clase a esos alumnos. Que renunciaba a esa clase. Traducido en pesetas, renunciaba a diez mil pesetas de la época.
Y ahí empezó la labor de Pepe Clavijo, tutor del curso y Jefe de Estudios. Durante dos días, dale que te pego conmigo, convenciéndome de que los críos estaban superarrepentidos, que si querían pedirme perdón y que si pitos, que si flautas... Total, al tercer día volvieron a mi clase con Clavijo al frente. Pidieron disculpas y prometieron que otra vez hablarían y expondrían sus quejas como hombres, hablándolas. Creo que los que vivieron aquella situación no la olvidaron en mucho tiempo. Yo tampoco..

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