Campillos. "El Internado". El colegio de San José (1973-1986)

La "gran protesta"

Esta es una de aquellas situaciones que, quienes la vivieron la recordarán sin duda alguna ya que tuvo una repercusión importante en el día a día de los alumnos del colegio. Quiero recordar que fue en el curso 83/84.

Una mañana, al llegar al colegio y dirigirme a mi clase, que estaba en el primer patio, me sorprendió no ver a ningún alumno en las inmediaciones. Cuando iba a preguntar qué ocurría, me encontré con Don Ángel, uno de los inspectores (vigilantes) que venía de los campos de deportes.
¿Dónde están los críos? Pregunté.
Me miró de forma rara mientras me decía..."Vaya. Vaya usted al campo de futbol"... Y dirigí mis pasos hacia allí...
Justo al girar hacia el segundo patio me encontré con el Director, pálido y preocupado como nunca lo había visto, que estaba acompañado de otros compañeros.
Pregunté por qué motivo chillaban los críos allá en el campo de fútbol pero no hubo respuesta. Estaban enormemente nerviosos, y, al parecer, sin saber muy bien qué hacer.
Manolo Guzmán era el Director (¡eterno director y magnífico profesor!) del colegio viejo. En este colegio solo quedaban los alumnos de EGB, es decir, los que hoy corresponderían a lo que es la Primaria y el Primer Ciclo de la ESO.
Ya se había producido el abandono y marcha de Don José Macias. El ya no estaba al frente del colegio...

Habían pasado unos diez minutos. Los alumnos seguían gritando a lo lejos...
Invité al Director, a que fuera a hablar con los alumnos, a ver que querían, pero me respondió que no, que el no iba... "¡Pues alguien tendrá que ir a hablar con ellos!" Repliqué. "¿Quieres que vaya yo?"
Al aceptar mi propuesta el Director del colegio, me dirigí hacia donde se encontraban los alumnos...
Cuando faltaban poco más de diez pasos para llegar a ellos dejaron de chillar y empezaron a aplaudir y a jalearme con un prolongado ¡BIEEEEN! Llegué a ellos. Pregunté qué ocurría.
Estaban protestando por una serie de cuestiones que habían pedido en varias ocasiones sin que se les hubiese hecho caso: De entre ellas, recuerdo las siguientes:

  • Que se cambiaran las jarras y vasos de metal por otras de cristal, y se pusieran servilletas.
  • Mejor trato en el comedor.
  • Que se arreglaran la calefacción y duchas.
  • Arreglo de las instalaciones deportivas.
  • Y mejor trato a los alumnos, ya que se seguía pegando por cualquier motivo...
  • Y, fundamentalmente que no cesaran al inspector Antonio Niebla.

Estuvimos charlando un buen rato, vigilados desde lejos por el Director y el grupo que le acompañaba.

Les dije que si querían protestar por todo eso, lo mejor era que dirigieran una carta al Director General del Colegio, que entonces era Manuel Jiménez Calisalvo y que se la entregaran en mano a el. Yo me ofrecí a acompañarlos para hacer esa entrega.
Una vez acordado este primer punto quedaba el segundo: volver a entrar en las clases.
Recuerdo que les hice ver y comprender lo que costaban aquellas clases que estaban perdiendo y que pagaban sus padres, y que no se podía jugar con ese dinero que tanto costaba obtener. Ahí mismo decidimos que los delegados de cada curso, encabezados por uno de sus lideres indiscutibles, Jorge Román, me acompañaran a una clase donde redactaríamos la carta de protesta al Director General. Los demás volverían a clase y a trabajar como a diario lo hacían. Dicho y hecho. Cada mochuelo a su olivo y todos contentos.
Volví con los delegados hasta donde estaba el Director y le expliqué cual había sido el acuerdo. Las clases podrían continuar como de costumbre.
Redactando la carta al Director General me enteré de que el Director de Primaria había intentado, mucho antes que yo, y echando mano de otros recursos dialécticos, pero sin éxito, que los alumnos volvieran a sus clases. También me enteré de que los mayores de los cursos superiores se le habían plantado. ¡Con razón estaba tan pálido y tan nervioso!...

Aquella protesta terminó con el cambio de vajilla, tal y como pedían, con la aceptación de otras cuestiones menores, pero lo de Antonio Niebla no pudo ser porque, por su edad, le correspondía e interesaba que fuera este inspector el que abandonara su puesto de trabajo. El colegio ya había entrado en una crisis severa...

Años después, siendo yo Concejal del Ayuntamiento, contraté a Antonio Niebla para ocuparse de la conserjería de la Biblioteca Municipal. Era un hombre con un tacto y un trato maravilloso para con los críos ¡con razón lo querían!

Pues lo más grande de esta protesta fue la conclusión a la que llegaron el director y el grupo que aquella mañana esperaban a que yo tratara con los alumnos... Como yo había conseguido que los alumnos volvieran a clase y que acabara el alboroto, llegaron a la feliz conclusión de que aquella protesta había estado organizada y orquestada por mí... ¡Ahí queda eso! ¡Verdaderamente siempre ha habido mentes calenturientas!...
Y puedo comprenderlo, porque en aquel entonces se había deteriorado tanto el ambiente, que existía un claro enfrentamiento entre la Dirección del colegio y un pequeño grupito de profesores como Salvador Carrasco (uno de los mejores maestros que hubo en ese colegio), Bernabé Torres, y yo, que nos oponíamos a ciertas maneras de actuar y a ciertas prácticas que se llevaban a cabo en el colegio.

Yo no podía permitir, y no lo permitía, que abrieran el correo de mis alumnos y leyeran sus cartas.
No podía permitir que un alumno se quedara sin comer por habérsele caído un plato al suelo o por cualquier otra estupidez que hubiera cometido en el comedor. Ante estos casos absurdos y a todas luces injustos, cuando me enteraba de que algún alumno no había comido, acompañaba a ese alumno al comedor y una vez en la cocina pedía a la cocinera que le preparara un bocadillo y que le diera un par de naranjas o de manzanas. Dejaba al crío en el patio hasta que terminara su comida y después, con el estómago lleno, lo mandaba a clase.
Comprendo que esto cabreara a la Dirección del colegio, pero a un niño de diez, doce o catorce años no se le puede dejar sin comer por mucho que haya hecho. Hay, y había otros castigos alternativos mucho más lógicos y efectivos e, incluso, educativos.

En aquella ocasión, los alumnos denunciaban no el hecho de que algún profesor o inspector pudiera pegar un tortazo (que ya entonces estaba prohibido), no, sino ese continuo mal trato de gestos, palabras y detalles, fuera de lugar, que hacían que el día a día fuera muy desagradable.

Colegio

IMPRESCINDIBLES PARA EL COLEGIO
NOTA: Se trata de una foto antigua y no localizo
los nombres de quienes posan en ella. ¿Alguien puede facilitarlos?

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