Campillos. "El Internado". El colegio de San José (1973-1986)

Impresiones

En este capitulo recojo las impresiones que, libremente, han querido expresar algunos de aquellos que pasaron por ese colegio de Campillos. Son antiguos alumnos, antiguos profesores, que han querido contarnos su opinión sobre el SAN JOSÉ que ellos conocieron.

Si te animas a participar y quieres enviar tus impresiones, tanto de la época en que estuviste relacionado con el Colegio SAN JOSÉ, como de este texto que has leído, puedes hacerlo enviando tu correo a info@campilloselinternado.es

Antonio Rodríguez Torres
Profesor en el SAN JOSE
Agregado de Instituto de Francés
ha escrito...

  • "Me hace falta un profesor de lengua. Le ofrezco 24.000 Ptas. al mes y 26 horas de clase a la semana".
  • "Por menos de 26.000 me quedo preparando oposiciones".
  • "Entonces le aumentaré dos horas más".
  • "No me importa el trabajo".

De esta forma fui contratado por D.José Macías a primeros de Septiembre de 1971 en el café Suizo de Granada. Y me voilà el 15 aterrizando con mi R-8 de segunda mano en aquel vasto, enorme y desolado patio, sólo ante el peligro. Ningún árbol. Blanco cegador en las paredes y purpurina en la herrería repintada.
Al instante llegó Manolo Calisalvo, matemático, con el que conviví tres meses ocupando el piso de su compañero José Luis Aznarte que se vino al IES Padre Manjón.
Los dos años y medio restantes me alojaría en casa de Juan González y por ende entraría a formar parte de los indomables y díscolos solteros junto a Alfonso Barutell, alias "El Maestro", Rafael Padilla (+), alias El Comunista, Paco Clares (+), compañero de Facultad y Juanito González, alias "El Pesetilla". A mí me pusieron "El Chivo". Imagino que sería por la barba que por entonces era signo de progresía izquierdosa.

"Soy joven, pero no inexperto" espeté el primer día de clase completamente asustado por los comentarios de que los alumnos campilleros eran rápidos sacando la navaja a los profes. Nunca más lejos de la realidad. Jamás tuve problemas de disciplina ni me ví forzado a utilizar la violencia física. Sólo eché mano del duro verbo con algún que otro "chuleta" niño de papá.

El primer año impartí Lengua y Literatura en 6º y pocas horas de Francés. Recuerdo ser llamado al despacho de D.José todos los viernes por la tarde debido al elevado número de suspensos.

  • "No hay derecho a que suspenda a un alumno que paga 100.000 Ptas al año".
  • "Ese argumento sería válido si la mitad fuesen para el profesor", le respondí. Y montó en cólera, lo cual no era nada nuevo.

El problema en Literatura estribaba en que los vigilantes -allí llamados inspectores- no admitían otra lectura que los libros de texto, es decir, confundían la Celestina o el Quijote con las novelas del oeste de Lafuente Estefanía. La enseñanza era memorística pura y dura, sin el más mínimo resquicio para el razonamiento. A pesar de ello muchos adquirirían hábitos de disciplina y constancia, elementos esenciales para integrarse al mundo laboral. Famosa era la frase de un padre al director: "Vd. hágamelo bachiller, que yo lo haré médico".

Los otros dos cursos sólo dí Francés revolucionando el sistema de enseñanza así como el de las notas que dejaron de ser semanales, como en las demás asignaturas, para convertirse, por pura lógica, en quincenales. Gracias a las visitas y ayuda de D.Luis Grandía, Catedrático de Francés del Instituto Angel Ganivet e introductor en España de los métodos audiovisuales, tan en boga en aquella época, la vieja barbería fue habilitada para sala de idiomas dotándola de cortinas negras, magnetófonos y proyectores de filminas. El éxito pedagógico fue clamoroso. Como ejemplo diré que los chavales de 6º de EGB, con 11 años, examinaban a los de COU, por lo que me felicitaría el Director en varias ocasiones.

"Con estos no voy ni a Antequera" dijo D.José el día que salíamos en autobús para París en abril del 73 con una sábana a guisa de pancarta que cubría la luna trasera y donde habían dibujado un vampiro con la leyenda: "París grita: Campillos me visita".
"Con estos yo voy al fin del mundo, Son rebeldes pero sanos"-le contesté. Y así fue. Lo pasamos genial, en una época en la que viajar al extranjero no era lo habitual.

Por aquel entonces estaban de moda las actividades extraescolares que teníamos que desarrollar los sábados por la mañana. Gracias a los conocimientos fotográficos adquiridos en Francia y a los dos mil duros de D.José pude poner en marcha el Club de Fotografía. La experiencia fue muy bonita y enriquecedora para todos. A final de curso montamos una exposición con premios a las mejores fotos. Rico Pugnaire o Manolo Tarifa todavía me recuerdan lo que aprendieron en el cuarto oscuro cuando me los encuentro por la calle.

Después de las seis de la tarde había que desintoxicarse y provechábamos los alrededores para hacer safaris fotográficos. Sobre el empedrado de la era del cortijo de Juan Ramón Ales construimos una pista de tenis para desentumecernos donde solíamos correr mas que jugar ya que no tuvimos presupuesto para cercarla.
Luego mi colega geólogo Alfonso Barutell, junto con el lugareño Felguera, crearon un club de espeleología (GEA) del que me nombraron fotógrafo oficial. Exploramos unas 40 grutas y cavidades consiguiendo los primeros premios nacionales de fotografía espeleológica (años 73 y 74) otorgados por el Liceo de Málaga.

"Te vas porque quieres" -me lanzó D. José Macías hundiendo el tablero de la mesa de su despacho tras haberme ofrecido la jefatura del departamento de idiomas en el nuevo colegio cuyos planos habíamos diseñado durante veladas enteras envueltas en humo, queimadas y alguna que otra pata de lo que fuera al horno.

¡Quien me iba a decir cuando estaba en Montejaque y atravesaba el fétido Campillos que allí tendría mi primer trabajo en España! Dos curiosidades: el sistema de cobro, consistente en un sobre repleto de billetes verdes que me hurtaron del coche apenas llegué a Granada y que allí me estrené como asegurador al contratar una póliza colectiva de vida a los profes.
¿Lo mejor de todo? Aquello que casi todos apreciamos cuando llegamos a cierta edad: la calidad personal de algunos alumnos y, por supuesto, la amistad de aquellos compañeros que, a pesar del tiempo transcurrido -casi 40 años-, continúa como el primer día.

Colegio

DIRECCIÓN, CONSERJERIA Y DORMITORIOS EN LA ÉPOCA DE LOS "BABIS" MARRONES

José Pascual Ruiz
Profesor en el SAN JOSÉ
Agregado de Instituto en Lengua
ha escrito...

Una inesperada y grata llamada telefónica de D. Francisco Ceballos, antiguo compañero y profesor de Idiomas, solicita mis impresiones sobre el Colegio San José de Campillos (Málaga). Con mucho gusto accedo a ello, no sin antes recordar y reirnos un rato.

Han pasado veintidós años-aunque no lo parezca-desde que dejé el Colegio San José, tras aprobar mis oposiciones de Instituto. Llegué a Campillos gracias a D. Elías Martín, maestro, gran amigo de mi padre desde su juventud. El se puso en contacto con D. José Macías y dos días después, ya estaba en Campillos dando diariamente seis horas de Filosofía. Coincidencias de la vida, al llegar a la pensión San Francisco, donde me alojaba, me encontré con D. Antonio M. Ruiz Freire, compañero y amigo desde los doce años en el Seminario y también en la Universidad de Granada. El Colegio San José estaba separado en dos, uno, junto al pueblo de Campillos, para niños de Enseñanza General Básica y otro, en una elevación sobre el terreno, para alumnos de Bachillerato, a un kilómetro del pueblo junto a la carretera de Gobantes.

Quiero recordar que había más de 76 profesores, impartiendo asignaturas y aproximadamente 1200 alumnos. Algo impresionante por el claustro y el número de alumnos. El alma mater de todo: D. José Macías, maestro, respetado, admirado y temido para algunos, al que yo hablaba con la normalidad del compañero de trabajo. Con su vespino, iba y venía de un colegio a otro o al pueblo. Era el primero que estaba en el colegio y el último que se iba. El Colegio San José era su vida, para él vivía. Estaba informado de todo cuanto acontecía en el Colegio. Conmigo llegó, aquel año de la muerte de Franco, una hornada joven de diez o doce compañeros, que tras los estudios universitarios, pensábamos en trabajar y vivir con alegría nuestros primeros años de docencia. D. José Macías se incorporaba también, en ocasiones, a nuestras fiestas juveniles, tras duras jornadas de trabajo y penosas correcciones de exámenes. Aunque era mayor que nosotros, congeniaba y le gustaba relacionarse con el profesorado más joven. Para nosotros, era muy grato. Le veíamos con talante abierto a muchas de nuestras ideas. El profesorado, de diferentes generaciones y procedencias era variopinto pero muy profesional y comprometido con su labor docente. Existía, lo que podríamos llamar sociológicamente una pequeña estratificación social piramidal: D. José Macías García, omnipresente y omnisciente propietario del Colegio San José; PROMASA (profesores Macías S. A.), profesores y compañeros con acciones en el Colegio-con un director docente-, que se ocupaban de la formación, funcionamiento y control de los alumnos internos, debido a las dimensiones y aumento in crescendo del alumnado; el profesorado general (licenciados y maestros), con clases diarias y exámenes semanales, más tarde, quincenales; secretaría y conserjería; y los "inspectores", trabajadores de Campillos, con mayor o menor cualificación, encargados de vigilar al alumnado interno en las actividades de estudio, dormitorios, recreo, salidas al pueblo, etc. Todo perfectamente estructurado y organizado.

Muchas veces he reflexionado sobre cuál era el secreto del éxito de aquel Colegio San José en el que yo estuve. Tras haber estado doce años en un Seminario diocesano, trece en San José de Campillos y veintidós años, como profesor, director y vice-director en la enseñanza pública, siempre he llegado a la misma conclusión: el trabajo, el orden y la disciplina. Sin estos tres pilares nada es posible construir. ¡Qué tres cosas más simples, pero- con los tiempos que corren- qué difíciles son ponerlas en funcionamiento.!

Los políticos, padres, psicopedagogos, etc. piensan que el niño aprende sólo con pasear libros y estar en el Instituto o colegio. No se le dan importancia al trabajo personal del alumno, al estudio, en silencio, en la casa, sin TV., sin música, etc. Es un tiempo sagrado, que no se valora. El silencio es muy importante en el trabajo intelectual, el silencio construye, el ruido, desequilibra. Esto era fomentado en el Colegio San José y con él, el hábito personal de estudio, aspecto del que adolece la enseñanza actual.

Los profesores del colegio San José veíamos todos los años cómo alumnos que años anteriores habían suspendido ocho y diez asignaturas en sus respectivos colegios o Institutos, en el Colegio de San José de Campillos, aprobaban y conseguían enderezar el rumbo a sus estudios. ¡Cuántos alumnos míos, me han comentado, tras el paso de los años: yo no hubiese sido abogado, farmacéutico, etc. de no haber estado en San José.!

El origen y status social del alumnado del Colegio era muy variado y de prácticamente toda la geografía peninsular. A pesar de los comentarios negativos que he oído, en general, puedo afirmar que era muy respetuoso y agradecido con los profesores y con las personas que allí trabajamos. Me lo demostraron antes y después de no estar allí, aspecto este esencial del que adolece el alumnado de la enseñanza pública en la actualidad, de la que estoy esperanzado, anhelante y jubiloso de jubilarme.

Cuando con el paso de los años todo se va difuminando y se diluye en la neblina del tiempo, quiero tener un grato y agradecido recuerdo para los compañeros que me enriquecieron con sus opiniones, su compañía y amistad: Julio, Agüera, Lauro, Pepe Nevado y otros que por desconocimiento mío posiblemente no están ya. Ellos y los que viven, siempre estarán en el recuerdo imborrable de este, que lo fue, profesor de San José de Campillos (Málaga).

Blas Becerra Pavón
Profesor en el San José
Maestro
ha escrito...

Colegio

VISTA PANORÁMICA DEL PRIMER COLEGIO "SAN JOSÉ"

Amigo Paco, no soy muy dado a estos menesteres, pero, a alguien tan especial como tú, no le puedo dar un "no" por respuesta. Así que vamos a recordar...

En estos momentos, que ya llegó el ocaso de una vida dedicada a la enseñanza, hago memoria de ese período y no puedo dejar de citar la etapa transcurrida en nuestro Colegio. Sí, digo nuestro Colegio porque así lo llamábamos y porque fue tan intensa la dedicación prestada, que prácticamente llegó a ser nuestra segunda casa.
Parece que fue ayer cuando empecé y ya hace más de treinta años. Era mi primer día de clase en el famoso Colegio San José de Campillos, uno de los más o, quizás, el más grande de España y con mayor cantidad de alumnos procedentes, la mayoría, de todos los rincones del País. Fue una pizarra, tizas y cuarenta y siete alumnos, lo que me entregaron. Sí, cuarenta y siete, porque eso de la ratio y los desdobles no se conocía. Ah! también me dieron un "¡ánimo y al toro!"...
Y no pasaba nada, terminaban los cursos y empezabas otro con la misma o quizás mayor ilusión, porque la experiencia acumulada te hacía más llevadera la tarea, porque te dabas cuenta de que cada vez era menor el tiempo que necesitabas para ganarte la confianza y la amistad de tus alumnos, porque conseguías hacerles ver que todos estábamos en la misma "guerra"
Y puede que ese sea uno de los motivos por el que, en la actualidad, te sigan recordando con cariño. De todos es sabido, que no hay mayor satisfacción para un "maestro" que el que antiguos alumnos, después de muchos años, te paren por la calle, te abracen y te digan: "todavía no se me ha olvidado aquello que usted me enseñó...., se acuerda usted de ...."
Podían haberlos más o menos problemáticos, pero es cierto que fueron generaciones de alumnos y padres agradecidos. Alumnos que sabían mucho de deberes y daban poca importancia a sus derechos. Seguro que esa actitud influyó bastante para que, en la actualidad, nos encontremos, repartidos por la geografía española, con grandes profesionales procedentes de nuestro Colegio.
Así, como se puede deducir de mis palabras, mis sentimientos son de añoranzas.
Añoranza de aquellos alumnos que educadamente soportaron la disciplina de clase.
Añoranza de aquellos padres que en todo momento me apoyaron.
Añoranza de aquellos compañeros que me aconsejaron y mucho me enseñaron.
Añoranza de ese pueblo de la provincia de Málaga, Campillos, que durante un período de mi vida me acogió.
Y, como no, añoranza de ese Colegio que me dio la oportunidad de tener muchos y buenos amigos.

Jorge Román Alemany
Antiguo alumno interno
Alta Peluquería
ha escrito...

Entré con 13 años en el internado. Mi tío, años antes, ya había estado en él y nunca pensé que yo seria uno más en un mundo desconocido para mí. Recuerdo que el viaje de ida fue largo, muy largo , aburrido y con una tensión bestial, pero, una vez allí recuerdo un colegio muy grande y con unos muros parecidos, por altura y tamaño, a una cárcel de las que había visto en las películas.
Cuando mis padres me dejaron sentí tristeza y me quité un peso de encima. Imagino que la tristeza de perderlos y, por otro lado, aunque suene raro, la alegría de quitarlos de mi vista, al fin y al cabo ellos me habían llevado allí.

Subí a mi habitación hice la cama y coloqué mis cosas. Todos los armarios iban con candado y me sorprendió, pero como luego comprobaría, con candados y todo, las cosas desaparecían de su sitio. Algo que me impresionó, fue que tras la puerta del baño rezaba: "si la mierda fuera oro Campillos sería un tesoro" ¡Vaya premonición!.... y yo con 13 años... ¡joder!...
Había un montón de alumnos y pronto aprendí que allí había diferentes tipos de reglas.
Estaban los profesores que tenían las suyas, los inspectores, que eran una raza diferente, a la gran mayoría yo los veía como personas que no sabían nada de niños y menos de alumnos que en general eran conflictivos, pero, la verdad, con una hostia o castigo lo arreglaban todo. Y después estábamos los alumnos que cada uno era de una casa y alguno parecía espacial. Imagino que los que estábamos allí teníamos nuestro propio currículum familiar...

Los alumnos estábamos por circunstancias diferentes, pero yo creo, en general, que para muchos padres el hecho de pagar un colegio, que no era barato, a ellos les salía muy barato, ya que se quitaban un peso de encima, teniendo a su hijo en un sitio controlado y dejándoles a ellos ( los padres ) su espacio para sus relaciones sociales sin la molestia de un hijo en casa... Como digo, habría de todo y no se puede generalizar, pero en rasgos generales, yo diría que éramos una molestia en casa.

La vida en el internado no era fácil , siempre llena de diferencias y de formas distintas de hacer las cosas, cada uno con su carácter y con una forma muy diferente de ver las cosas, en fin que la relación era difícil y curiosa.

Todos teníamos algo de robinsones. Sabíamos que teníamos que sobrevivir en un medio que desconocíamos, y que se imponía la ley del mas fuerte. Yo, años después he tenido la suerte de trabajar en una prisión, dando clase de peluquería a los presos, y me ha permitido darme cuenta de que hay muchas cosas en común entre una prisión y un internado.

Las drogas blandas y el alcohol han marcado en muchos de mis compañeros gran parte de su vida. En el internado las drogas blandas estaban a la orden del día. La gran parte de los padres, profesores e inspectores lo sabían, pero lo curioso es que nadie hacia nada, ¿para qué?

Allí aprendí con 13 años, de golpe, lo que imagino tenia que haber aprendido en 5 años más o menos, pero allí todo era diferente. Como digo allí se aprendía, o te enseñaban....

Bueno la conclusión, mía y particular, es que fue una etapa dura de mi vida pero que una vez vista a tiempo pasado no. La verdad es que me hizo crecer como persona y madurar a un ritmo muy acelerado.
Hubo gente, y de hecho la hay, que su vida allí fue un calvario y que hoy en día esta tirada en la calle o quizás haya muerto por las drogas o por crecer demasiado rápido como persona y no haber sabido asumirlo...
Los internados creo que no deberían existir. Los padres y la educación de los hijos es muy importante. El problema es que yo creo que el tema de la educación es muy complicado y hay padres que les es mas fácil sacar a los hijos de casa y que se los devuelvan educados, y no en todos los casos puede ser así. Los hijos necesitan de sus padres, y necesitan el afecto y los problemas cotidianos de una familia. El internado creo que es una educación dura y persistente. Creo que el fin muchas veces no justifica los medios...

Me gustaría añadir que los profesores, creo que la gran mayoría, no estaban a la altura de las circunstancias. En general los alumnos éramos niños pijos con problemas tanto en estudios como en casa y que quizás, si hubiésemos tenido gente especializada o preparada, muchas cosas se podrían haber hecho mejor y otras tantas se hubiesen evitado...

NOTA DEL AUTOR:
Si mal no recuerdo, Román estuvo en el colegio cuando Don José ya había dejado de ser su Director (años 80). Sin duda alguna, una mala época...

José Peral Jiménez
"Scotta"
Antiguo alumno externo
Poeta

Yo fui un hijo de emigrante campillero que llegó de Alemania con catorce años.
Mi padre me apuntó en el colegio San José, porque decía que era el colegio con los mejores profesores de España: "Ahí hay mucho dinero y por eso se traen a los mejores" decía. Y no iba muy mal encaminado mi padre pues, ya dentro, me di cuenta que para atender a tantos alumnos que venían rebotados y expulsados de tantos ilustres colegios, había que ser bastante especiales.
Yo entré en octavo y el primer gran profesor que recuerdo fue don Francisco Rodríguez (Paco Tacones). Este hombre, en octavo, y sin yo saber una papa de inglés, porque en Alemania el idioma que estudié fue el alemán, consiguió que aprobara inglés en Junio. Fue casi milagroso.
Después tengo muy buenos recuerdos del profesor que llegó a ser incluso amigo mío: Don Alejandro Delgado ¡Que bien me lo pasaba cuando nos declamaba alguna genial frase de nuestro amigo común: Carlos Marx!
También tengo un buen recuerdo de don Juan Guerrero (aquel líder revolucionario), de don Antonio Serrano (pura bondad), de don Manuel de Guzmán (agradable profesor)... Me acuerdo también de don Diego Soto con sus originales clases de gimnasia, este fue el único profesor que me llamaba Scotta. Y sobre todo me acuerdo de mi gran amigo Isidro Carbonero. Isidro me enseñó todo lo que supe de entrenamientos, de cómo llevar un equipo a un estado físico que te permitiera ganar casi siempre. El fue un maestro para mi y creo que para muchos, el también me enseñó el arte de la declamación que hoy ejerzo con asiduidad y el fue también un ejemplo de persona, amable, honesta y amigo de todos sus amigos, un gran hombre.
Cursé en el Colegio San José, sólo hasta 2º de BUP, pero esos tres años de adaptación al nuevo país, 1976,1977 y 1978, fueron claves en mi devenir.

Juan Pedro Pacheco Verdugo
Antiguo alumno externo
Líder del grupo musical DDT
ha escrito...

Ingresé en el colego San José en maternales y salí en 3º de BUP, por tanto, toda mi vida colegial la pasé en el Colegio San José. Mi experiencia general fue excelente y además casi por goleada, pues tanto en lo referente a la enseñanza como en lo relacionado con la amistad fueron de los mejores años de mi vida.
En lo que se refiere a la enseñanza basta decir que en el Colegio San José siempre saqué muy buenas notas y cuando me fui al Instituto para cursar COU, debido a que todos mis amigos se fueron al Instituto, ese año mis notas fueron un desastre y acabé dejando los estudios. En lo relacionado con la amistad tengo recuerdos de muchos amigos de fuera de Campillos y de campilleros y amigos que vivían en Campillos, muy buena gente que se fueron y que seguro tendrán también muy buenos recuerdos.
También hubo alguna que otra mala experiencia, pero afortunadamente fueron escasas.
La docencia fue muy notable, con buenos profesores, menos uno que no quiero nombrar...Una de mis hijas, ya insertada en el mundo laboral, también estudió en el colegio San José.
De lo que más me acuerdo es del conjunto de instalaciones deportivas de las que podíamos disfrutar. Cuando llegaban niños de otros colegios y de otros pueblos, éramos la envidia de todos y mucho más, cuando les contábamos que después de las clases nos podíamos quedar a jugar en las instalaciones. Recuerdo que, a veces, nos apuntábamos a la merienda y al reparto de pan y chocolate que se repartía para los internos, pero que nunca nos negaron a los externos que nos poníamos en la cola.

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