Campillos. "El Internado". El colegio de San José (1973-1986)
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A modo de prólogo

Carmen, mi mujer, me agarró fuertemente el brazo. Aquellos cientos de muchachos, de todas las edades, cruzando aquel paso conocido como "el puente" y avanzando hacia nosotros en la noche, le impresionó.
Sus guardapolvos color caqui que los uniformaban parecían convertirlos en un ejército, una avalancha humana, o algo parecido, dispuesto a asaltar aquel edificio a cuya entrada nos encontrábamos. Había sonado la sirena y todos habían salido del comedor y se dirigían hacia el bloque de los dormitorios.
Corría el mes de septiembre del año 1973, es decir, el curso 73/74.

Yo había conseguido un contrato de trabajo en el "COLEGIO DE CAMPILLOS". Iba a impartir clases de Francés. Había sido contratado por Don José Macias, el Director del centro, para sustituir a otro profesor que acababa de jubilarse, Don José Porcel.
Mi primer contacto con Don José Macias ocurrió en el mes de junio, cuando, trabajando aún en el Colegio Público "Reyes Católicos" de Santa Fé, me desplacé a Campillos para una cita con el director de ese internado, que se había interesado por mí después de conocer mi currículum.
La oferta de trabajo era interesante: triplicaba el sueldo de un maestro interino en la enseñanza pública. Esto me permitiría casarme y poder crear un hogar, y así lo hice. Me casé a primeros de septiembre, y a partir del día quince de ese mismo mes empecé a trabajar como uno de los nuevos profesores incorporados a ese centro en aquel curso.
Para Carmen, aquella noche fue su primera visita al colegio y una de las muy pocas que llevaría a cabo a lo largo de los trece años que permanecimos ligados a ese centro.

Vivimos en Campillos más de veinte años, y trabajé en el Colegio SAN JOSE durante trece cursos académicos, desde 1973 hasta 1986.
Conocí la época de esplendor del colegio y su gran deterioro a raíz de que Don José, su Director y propietario, decidiera dejar o, mejor dicho, desconectarse de la enseñanza, para dedicarse a otras cuestiones industriales.
Él era el colegio, y el colegio, su dinámica, su sistema y todo cuanto había de positivo o negativo en esa organización era él. Al marcharse y dejarlo todo en manos de la sociedad que hacía años había creado, PROMASA, aquello dejó de ser lo que era.
Algunos lo achacan, o pretenden achacarlo a la LOGSE y a los cambios de planes de estudio que supusieron. Otros a la creación de institutos de educación secundaria (IES) en pueblos donde hasta entonces no los había, pero no. No, porque ese colegio existía porque siempre ha habido alumnos con problemas y familias con problemas. No, porque en todos los pueblos había colegios en los que se impartía la EGB y, sin embargo, el colegio SAN JOSE de Campillos contaba con un buen número de cursos de alumnos de esa etapa educativa (en algunos cursos, hasta once líneas, que ya son cursos...) Siempre ha habido, hay, y habrá, padres que, debido a sus ocupaciones, y por mucho que quieran, no puedan atender a sus hijos como ellos quisieran y debieran. Niños que, por esa desatención, fracasan en sus estudios un curso, otro y otro más, hundiéndose peligrosamente...
El colegio SAN JOSÉ estaba ahí, para esas familias y para esos alumnos que necesitaban una ayuda y una organización de sus vidas en unos años cruciales, y ahí sigue estándolo, en su nueva y remozada andadura.

Al colegio acudieron alumnos de todo tipo y todas las clases sociales: hijos de ministros, de embajadores, de gente famosa, de grandes fortunas y otros, hijos de gentes de otros niveles económicos pero que podían permitirse el lujo, o el sacrificio, de pagar las mensualidades del colegio (altas mensualidades) para que sus hijos recibieran una formación y una educación adecuadas.
También estudiaron en ese centro muchos alumnos del pueblo de Campillos, cuyas familias optaron por ese colegio en vez de por el público de la localidad. Estos alumnos no pagaban mensualidad alguna, ya que estaban subvencionados por la Administración Educativa.
Campillos acusó muy positivamente la creación de este centro educativo y tengo la plena seguridad de que éste aportó al pueblo una vida, una riqueza y desarrollo que de otra manera no hubiese alcanzado nunca.
Pocas veces se ve un pueblo de siete mil habitantes con una oferta educativa tan amplia como ocurrió con Campillos, que contó con dos colegios donde estudiar la EGB, el "SAN JOSÉ" y el "MANZANO JIMENEZ", y otros dos donde cursar BUP, el "SAN JOSÉ" y el "CAMILO JOSÉ CELA", además de otro exclusivo para chicas, "LA MILAGROSA" dirigido por su Director D. Antonio Benítez, cura párroco de la Iglesia STª Mª del Reposo que más tarde colgaría los hábitos.
Estas circunstancias provocaron el que, prácticamente el noventa por ciento de los chicos y chicas nacidos en el pueblo de Campillos tuvieran estudios y que el nivel del pueblo, a este respecto, fuera superior al de otros de la sub-comarca. No en balde se llegó a denominar a Campillos con el sobrenombre de "cultural", apelativo que, aunque provocó debate, discusión y chanzas en los pueblos limítrofes, no dejó de tener su razón de ser ya que su número de titulados y licenciados fue superior al de cualquier otra localidad de España en esos años setenta.

El colegio no fue tan solo un centro de enseñanza, fue algo más y, aún a expensas de poder caer en la cursilería, diría que fue una "gran familia" por la estrecha relación que siempre existió entre profesores, alumnos y padres, insisto, profesores, alumnos y padres...
Era, sin duda alguna, un colegio duro pero del que, la gran mayoría de los alumnos que por el pasaron, guardan un gran recuerdo y cierto agradecimiento y cariño. En este texto hablo del colegio que yo conocí, de sus defectos y sus virtudes y de cómo cayó, hasta llegar a límites inimaginables, en su matrícula de alumnos. Sé que hoy día, vuelve a levantar cabeza en un claro proceso de recuperación, de lo que me alegro profundamente y con total sinceridad. Siempre creí y confié en que era posible su recuperación. El camino del éxito está trazado. Fue el que le llevó a tener cerca de mil setecientos alumnos en sus aulas. Sólo hay que volverlo a andar con esfuerzo con ilusión, y sin cometer errores ya conocidos. Estoy seguro de que un día, no lejano, volverá a ser el colegio que fue y con toda la pujanza que tuvo.

Quizás alguien se pregunte del por qué de este texto. Sé que vamos quedando pocos de aquella época. El tiempo es inexorable. Dentro de unos años no habrá nadie que pueda contar o escribir sobre lo que fue aquello, sin embargo, quedan muchos alumnos de los que por allí pasaron y estoy seguro de que a ellos les agradará recordar como fue su colegio, aquel en el que pasaron parte de su juventud, conocer algunos aspectos nuevos y, sobre todo, como fueron sus gentes.

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